¿Quién soy? A veces no lo sé, la verdad. Podría definirme como rara
o, si sois más de eufemismos, especial. Aunque para mi “especial” suena como
demasiado pretencioso, adjetivo inversamente proporcional a mi ego.
Soy periodista. No fue mi vocación desde pequeña, por aquel
entonces ya tenía bastante con intentar solucionar la crisis de pareja que yo
misma había creado entre Barbie y Ken Barba Mágica. Lo decidí un día, a los diecisiete
años, después de escuchar algo que no recuerdo en la televisión. Estaba totalmente
en contra de lo que se estaba diciendo y así se lo hice saber a mis más
allegados. Sin embargo, no me podía conformar con expresar mis opiniones sólo
entre mi círculo más íntimo y comprendí que yo quería ser escuchada por mucha
más gente. Por eso me decanté por el periodismo, de hecho fue mi única opción
en la preinscripción universitaria (sí, siempre he sido así de temeraria…). Así fue como me matriculé en la licenciatura en periodismo de la Universitat de
València. ¡Qué bonito! ¿Verdad? ¡Bah! Pronto descubrí que ser periodista no te
daba más oportunidades de ser escuchada, incluso a veces pasaba todo lo
contrario. Sin embargo, nunca me he arrepentido de mi elección. Es más, me
siento orgullosa de ser periodista. Y es que, pese a todo, amo y creo en la
esencia de esta profesión.
Dicen que la mejor forma de desnudar a una persona
(metafóricamente, claro) es conociendo sus defectos. De todos los que poseo, uno destaca con
fuerza: la pereza, el cuarto pecado capital (según Wikipedia). Es algo innato en mi, una lacra que me ha
acompañado desde antes de venir a este mundo. De hecho, yo no nací, no tuve
ganas. A los siete meses de estar en la tripa de mi madre me cansé, me agobié y
decidí que era el momento de salir. Obviamente, no estaba dispuesta a hacer el
más mínimo esfuerzo por conseguir ver la luz, así que pensé que si trasteaba un
poco por allí dentro alguien se daría cuenta y me sacaría. Y así ocurrió,
un señor con bata blanca abrió una ventana y salí por fin de aquella balsa
oscura. Casi muero y mato a mi madre, pero por suerte todo salió bien. Y desde
entonces, hasta hoy.
Ahora estaría bien que mencionara alguna virtud… ¿Una virtud? ¡Qué
difícil! No sé, podría decir que amo al ser humano, aunque esto no sé muy bien
si es algo bueno porque me he llevado más de un disgusto por culpa de ello. El
caso es que no puedo evitarlo, creo fervientemente en lo que decía Rousseau de
que el ser humano es bueno por naturaleza, la bondad está en todos nosotros, es
la sociedad la que nos corrompe. Lo sé, soy bastante de comerme la cabeza. Y bueno,
ahora ya entenderéis mejor por qué me defino como rarita…
Pero, un momento, que no soy una “bicha rara” al 100%, también me
interesan cosas muy comunes: me gusta leer, la música, cocinar, el fútbol (soy
una de las sufridas valencianistas), amo el cine y las series de televisión.
Así que como mis gustos, inquietudes, preferencias e intereses son tan
eclécticos, aquí encontraréis un poco de todo. Dicen que los blogs sin una
temática bien definida no triunfan. Y yo me pregunto: ¿y a quién le importa
eso?
Otra cosa que me gusta es escribir, o mejor dicho, me gusta fantasear con la
idea de escribir, pero mi pequeño defecto antes mencionado impide que me ponga
a ello. Así que muchas veces las ideas nacen y mueren al mismo tiempo en mi
cabeza. No son grandes ideas, de hecho a veces son bastante absurdas, por eso
me consuela saber que la humanidad no se está perdiendo nada importante.
Por otro lado, no me gustan las etiquetas. Las odio. Son las
cadenas del siglo XXI. Y el radicalismo nuestro verdugo. No soy de blanco o
negro, prefiero la inmensa gama de grises. En cambio, y aunque parezca
paradójico, no me gusta la ambigüedad, ni la gente indecisa que no sabe lo que
quiere, tal vez porque es una cosa que detesto de mí misma.
Y por último, ¿por qué “a cau d’orella”? Esta expresión en
valenciano significa susurrar algo al oído de alguien. Me encanta
porque cuando susurras la gente te hace mucho más caso que cuando gritas.
Además, un susurro siempre contiene un mensaje interesante tanto para aquel
que lo dice, como para el que lo escucha, una comunicación íntima, sin
intermediarios, sin distorsiones, sin ruido…sólo la calidez de las palabras
rozando tu oído.
¡Bienvenid@s!
Pues nada, espero que la pereza no te impida escribir algo mas, aunque sean ideas absurdas que a la humanidad no importen. De hecho la mayoria de los políticos padecen las mismas "virtudes"
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